La mediocridad: ¿Desgracia peruana?

Amigos y Enemigos

Wilfredo Pérez Ruiz ha enviado a la sección Amigos-Enemigos de la Revista Oiga un artículo que analiza uno de los males de nuestro tiempo: la mediocridad. Una mediocridad que se apodera de todos los niveles y de todos ámbitos sociales.

No está bien destacar. No está bien intentar ni tan siquiera ser «uno mismo». Ya no es que las modas o los arquetipos controlen la sociedad. Eso es algo que se ha vivido siempre. Lo que parece que está ocurriendo es que lo «adecuado« no pasa porque las personas intenten ser extraordinarias, ni porque sean inquietas, ni porque sean proactivas.

La nueva religión, la que se está imponiendo a nivel global, es la de no destacar, la de pasar desapercibido, sin llamar la atención. En especial no hay que destacar en los aspectos que nos hacen más humanos: la inteligencia, la inventiva, o incluso la solidaridad.

Nuestro articulista se pregunta si esta plaga es algo que afecta de forma especial a Perú. Aunque no nos entraña que se lo pregunte, vendo lo que está ocurriendo en este gran país lleno de personas extraordinarias y de riquezas naturales. Un país que lleva desde hace demasiado tiempo en una deriva desastrosa, de la que ya avisó el fundador de esta revista, Paco Igartua, en su colosal artículo «Cuándo se jodió Perú». Una deriva que parece que no acaba nunca. Puede que porque no haya capitanes capaces de enderezar el rumbo del buque o, lo que es peor, puede que porque los mediocres, acomodados en todos los ámbitos de la sociedad, hacen lo imposible para evitar que las personas capaces de hacer recuperar el rumbo al país, tomen el timón. No sea que lo consigan.

Cierto. La situación de Perú debe generar una gran preocupación a todos los que sueñan un país, de progreso, libertad, justicia social, y desarrollo económico. Un país que debería dedicar su riqueza a preparar a sus jóvenes, a crear infraestructuras eficaces, a adelantarse en este gran cambio que se está produciendo en el mundo, está paralizado y literalmente noqueado.

Pero, por desgracia, la «mediocracia» no es exclusiva de Perú, ni tampoco es una desgracia exclusiva de este país. Es un mal que nos invade a nivel global y que hace que el mundo vaya peor. Mucho peor.

Al leer este interesante artículo, no hemos podido menos que recordar las palabras del padre Antonio María Artola C.P , el pasionista vasco, co-traductor de la Biblia de Jerusalén, profesor de Sagradas Escrituras en la Universidad de Deusto (de la Compañía de Jesús), y que cuando dejó su labor de profesor, se vino a Lima a atender a una parroquia. En definitiva un hombre que jamas podrá ser calificado de «mediocre».

En una conferencia sobre el Padre Arrupe, vasco también y general de los Jesuitas en un momento de gran relevancia histórica, el padre Artola, nos muestra que él también es consciente de este mal que nos atenaza, porque acaba la conferencia asÍ:

«Seguramente ninguno de nosotros ha oído la llamada «Tú serás el primero». Pero muchos de nosotros han escuchado un eco parecido que nos decía: «Tú eres único». Es lo más parecido a la voz que el Siervo de Dios P. Arrupe escuchó en fondo de un claustro de Oña. Esa nuestra voz interior tiene para cada uno de nosotros la misma dinámica que aquella predicción. Para Arrupe significaba: «Sé siempre el primero». Para nosotros quiere decir: «Trabaja siempre para salvar tu unicidad».
Esta es nuestra fuerza, porque es el Dios único quien desde nuestro interior nos exige en todo momento ser – a nuestra medida- únicos, como él es el infinito único.
»

Amen.

Editorial Periodística Oiga – Revista Oiga


La mediocridad: ¿Desgracia peruana?

Wilfredo Pérez Ruiz

Acabo de encontrar una oportuna frase del recordado novelista, ensayista y pintor argentino Ernesto Sábato (1911 – 2011) como prólogo a esta nota: “Ser original es en cierto modo estar poniendo de manifiesto la mediocridad de los demás”. Sin duda, la mediocridad es un “cáncer” extendido en individuos carentes de visión y expectativas de crecimiento y desarrollo.

El empleo habitual de este concepto está referido a alguien de baja calidad en su desempeño y niveles de realización. Se asocia con quien no alcanza cierto estándar de perfección y eficiencia. Es un calificativo severo y, por cierto, cuyos orígenes y manifestaciones compartiré con usted.

Para empezar, deseo comentar lo señalado por el intelectual, sociólogo y político italo-argentino José Ingenieros (1877 – 1925). Un personaje extraordinario e influyente en las generaciones latinoamericanas -que gestó la histórica Reforma Universitaria de Córdova (Argentina, 1918)- en la que se formaron personajes notables de esta región como Hipólito Irigoyen, Rómulo Betancourt, Salvador Allende, Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias y Víctor Raúl Haya de la Torre, entre otros. Además, fue representante del pensamiento positivista, fundador del socialismo argentino y Maestro de Juventud (título otorgado por los estudiantes reformistas). Figura referencial para los jóvenes comprometidos con las heroicas luchas sociales, de principios del siglo XX, en este lado del continente.

En su obra “El hombre mediocre”, José Ingenieros trata sobre la naturaleza del hombre, oponiendo dos tipos de personalidades: el “hombre mediocre” y el “idealista” y, además, analiza sus características morales y las formas adoptadas en la sociedad.

Allí afirma que «no hay hombres iguales». En tal sentido, establece una división en tres tipos: Hombre inferior, hombre mediocre y hombre superior. El autor precisa que el “hombre mediocre” es incapaz de emplear su imaginación para concebir arquetipos que le propongan un futuro por el cual luchar. Es sumiso a la rutina, los prejuicios y las domesticidades. Es dócil, carente de personalidad, contrario a la perfección, no acepta planteamientos distintos a los recibidos por tradición e intenta opacar toda acción distinguida.

No obstante, José Ingenieros -quien solía decir: “Es más contagiosa la mediocridad que el talento”- describe al “hombre idealista” como un ser apto para usar su imaginación a fin de concebir ideales legitimados por la experiencia y se propone exhibir patrones de perfección altos, en los cuales pone su fe con el afán de modificar el pasado en favor del porvenir. Este sujeto, por ser original y único, contribuye con sus ideas a la evolución social; se perfila como un ser individualista que rehúye someterse a credos éticos. Es soñador, entusiasta, culto, diferente, generoso e indisciplinado. No busca el éxito, sino la gloria, ya que el triunfo es momentáneo.

Sin temor a equivocarme y, especialmente, recogiendo lo revelado por este lúcido pensador, percibido en el día a día una cantera de ejemplos de la mediocridad convertida en una “forma de vida” frecuente, numerosa e intensa. Tal vez falte tiempo para tratar lo que me inspira una sociedad –como en anteriores artículos lo he sindicado- de colosales desigualdades, apatías, insolidaridades, desencuentros, contrastes, convulsiones y cambiante. También, altamente influenciable, temerosa y manipulable al igual que toda comunidad inculta, tercermundista y carente de autoestima.

La mediocridad se muestra en múltiples ámbitos. Se aprecia en los padres de familia que salen del apuro preparándoles una lonchera deficiente a sus hijos –y no por razones económicas- sino por real falta de voluntad para documentarse en asuntos de nutrición; lo vemos en los profesionales que hacen su trabajo a medias y evitan esforzarse más de lo necesario; se verifica en los alumnos que estudian para un examen y ni siquiera son capaces de aportar, preguntar e indagar los temas inherentes a su formación; se respira cuando escuchamos decir “así está bien, no te esfuerces tanto”; podemos verlo en los que gozan envueltos en lo monótono e incluso tienen pavor a los nuevos desafíos; se constata en quienes dicen “nadie me lo reconoce, porque debo producir más” y justifican su proceder en la ausencia de motivación.

En lo personal percibo la mediocridad en reuniones familiares o amicales. No falta algún mediocre –con los que coexisto- que dice: “No seas tan formal, así nomás ponemos la mesa, total somos todos de confianza”. Hasta en actividades insignificantes, reitero, se puede advertir. Cuando oímos aseverar: “No vas a cambiar las cosas, deja todo así”, “no te metas, evita problemas”, etc. estamos frente a inequívocos mensajes de arrebato anodino.

Es una suerte de ADN del nacido en el Perú. Se siente -más que la humedad capitalina- en los educadores que emplean la supuesta baja remuneración (si son tan probos y brillantes porque no cambian de centro de labores) para respaldar su evidente pequeñez en la enseñanza, en sus evaluaciones, ayudas audiovisuales, materiales, etc. En el reciente “Día del Maestro” (6 de julio), mi cálido homenaje al profesor que lucha contra un entorno colmado de paraplejias morales y pensantes. Aflige percibir un sistema educativo infiltrado por cuantiosos desempleados, limitados y banales seres que distorsionan la pedagogía.

Asimismo, es doloroso el elevadísimo índice de mediocridad en el sector público. Allí es común fingir estar “ciegos, sordos y mudos” en función de conveniencias partidarias u de otra índole. Viví hastiado al observar la mediocridad, convertida en una “reglamentaria práctica”, cuando presidí el Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda (2006 – 2007) y mis disposiciones suscitaban rechazo -en los frívolos, pusilánimes, timoratos y ambivalentes servidores estatales de carrera- por el trabajo que les generaba. Su ineficiencia y desidia eran suficientes para edificar un monumento. Fui blanco de múltiples críticas, incluso de quienes consideraba mis amigos, por combatir y revertir esta situación con determinación.

Nos incumbe encarar la mediocridad –tan aceptada y apetecible como los dulces criollos- con audacia, atrevimiento y valor. Sublevémonos y encaremos este mal lacerante y que, además, intenta apoderarse de nuestra mente y espíritu. Hay que subvertir el alma y la conciencia ciudadana en el afán de lograr redefinir la conducta general.

La pasividad para aceptar y convalidar –con una actitud conformista- lo acontecido a nuestro alrededor, sin intentar hacer algo para revertir una situación anómala, refleja una indolencia opuesta a las posibilidades de progresar. En sinnúmero de ocasiones el peruano está parado en el “balcón” de su existencia mirando, diagnosticando y asumiendo el confortable papel de criticón. Sin embargo, se resiste a tomar un rol proactivo e impulsar el cambio que demanda.

Por otra parte, el filosofo y escritor argentino Alejandro Rozitchner –autor del libro “Ganas de vivir – La filosofía del entusiasmo”, enuncia: “Mediocre es no creer en la autenticidad como una posibilidad y un valor, y negar la existencia de una felicidad a nuestro alcance, que pide pagar los lógicos precios de todo logro. Mediocre es negar la importancia de la aventura existencial individual, formulando generalidades sociales a las que se toma como marcos de sentido siendo en realidad ficciones impersonales”.

Estas líneas son escritas a la luz del incontenible malestar suscitado por la oriunda mediocridad. Enfrentarla trae consigo ser calificado de excéntrico, intrépido y altisonante. Pero, no importa; la vida bien vale este genuino esfuerzo de esparcir –con el ejemplo coherente y digno- semillas de esperanza e ilusión. Es un reto frente al que no debemos abdicar.

Bienaventurados quienes transforman la creatividad, la locura, el entusiasmo, la energía y la perseverancia, en fuente inagotable de inspiración con el propósito de forjar un futuro mejor alejados de los obstáculos que bloquean nuestro bienestar. Por último, recuerde la afirmación del escritor y médico español Pío Baroja y Nessi: “Emancípese usted de la vida mediocre”.

Wilfredo Pérez Ruiz
DNI: 08201810

Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/


2022-6-24 Wilfredo Pérez Ruiz
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Fotografía de cabecera: Adina Voicu

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