Palmira Oyanguren

Periodista agudo y excepcional, Francisco Igartua fue uno de los grandes exponentes de la prensa peruana. Nada ni nadie pudo acallar a este personaje que tenía por lema el “no a la regimentación de la prensa” y si bien sufrió el peso de varias dictaduras, su convicción fue más fuerte que los sablazos militares. Hoy, a pocos días de su muerte, no cabe más que recordarle esperando que su legado trascienda tiempo y fronteras.

Francisco Igartua nace en 1923 en Huarochirí, Lima. Pero su historia, como la de tantos otros americanos, tiene su origen en Euskadi y como la de tantos, pareciera robada de la imaginación de algún escritor.

El padre de Francisco Igartua, oriundo de Oñate, luego de finalizar el servicio militar, alrededor de 1908, partió rumbo al Perú con el fin de casarse con la hija de un pariente que vivía en El Callao. Cuando llegó a su destino, luego de soportar un viaje infernal, se encontró con la desagradable sorpresa de que su doncella había escapado con su verdadero amor. Así se vio enfrentado a un país extraño, sin ninguna ayuda, y a un idioma que le era casi desconocido. Buscando mejor fortuna se marchó junto a otros vascos a las tierras de San Damián de los Andes, con la intención de hacer negocios. Sin embargo, el destino le tenía otra mala jugada y sus proyectos nunca vieron la luz. Al poco tiempo murió, en 1931, cuando Francisco era sólo un niño y éste, junto a su madre y hermanos, se dirigieron a Chile con el recurrente anhelo de un futuro mejor.

El periodismo: su gran pasión Francisco Igartua

En 1940 retorna a su Perú natal para cursar los estudios de derecho en la Universidad Católica de Lima. A poco andar las ganas de ser abogado se disipan y continúa por el camino de las letras; hasta que dio con su verdadera vocación: el periodismo. En 1944 comenzó sus primeros pasos en el periódico “Jornada” escribiendo crónicas nocturnas de la ciudad; y en 1946 formó parte de la redacción de “La Prensa” de Lima. Luego siguió su propio camino y fundó el periódico “Oiga” en 1950, reconocido como una de las publicaciones políticas más serias y certeras que ha tenido el Perú. A causa de su línea independiente, el diario fue clausurado e Igartua recluido en prisión. Dos años más tarde fundó la revista “Caretas” en sociedad con Doris Gibson. Nuevamente fue detenido y deportado a Panamá, por sus encendidos ataques a la dictadura de Manuel Arturo Odría.

Durante un tiempo se refugió en el periódico “El Comercio”, hasta que le permitieron quedarse en el país. A fines de 1962 refunda “Oiga”, ahora convertido en revista.

Perseguido y censurado por el gobierno del general Juan Velasco Alvarado debe asilarse en la embajada de México. En la capital azteca gracias a la ayuda de García Arteaga, miembro del Euskal Etxea de México, y a Vicente Laskurain, consejero del presidente mexicano Echevarria, pudo ejercer el periodismo en el periódico “El Sol”, como director del suplemento cultural.

Insistente, en 1978 de vuelta en Perú relanza “Oiga” hasta que comenzó a sufrir una fuerte represión, por parte del gobierno de Alberto Fujimori y en 1995 cerró dicha revista para siempre.

“Huellas de un destierro”.

No por ello dejó de lado a su gran amor y siguió escribiendo sus artículos -bien políticos, bien sociales- cada sábado en el periódico “Correo” de Lima. En 1995 comenzó a publicar sus memorias y lo hizo en dos tomos: “Siempre un extraño” y “Huellas de un destierro”. Cuatro años más tarde publicó el libro-ensayo “Reflexiones sobre molinos de viento”, con la selección de artículos de años de trabajo, y en 2000, “La Tina y otros cuentos”.

De todos los galardones recibidos a lo largo de su vida, destacan: “La medalla de Oro de Lima”, y el otorgado por el Gobierno de Chile, en 1991, “La Orden Gabriela Mistral”. Por su parte, el presidente peruano, Alejandro Toledo honró a Igartua con una condecoración por el “Día del Periodista”, en 2001, debido a su continua lucha contra el régimen anterior.

Euskadi en el corazón

Luego de la muerte de su padre, Igartua perdió todo rastro de su familia en Euskal Herria. Su madre, por algún tiempo intercambió cartas con su cuñada, Juanita Igartua, pero a causa de la Guerra Civil se terminó con el único vínculo existente. Luego de muchos años, una de sus hermanas viajó a San Sebastián donde pudo ubicar a uno de sus parientes, Ramón Rovira y gracias a este hecho comenzaron a retomar sus lazos con el País Vasco. En esta nueva aventura hasta pudieron develar la existencia de un nuevo hermano. Su padre, una verdadera caja de sorpresas, antes de emprender el viaje hacia Perú desde Euskadi dejó embarazada a una joven de Vera de Bidasoa. Unos cuantos años después reconoció a aquel hijo por medio del consulado de El Callao. Pero no comunicó la historia a su familia. Al morir la madre de aquel joven, éste comenzó con la búsqueda de sus parientes en Perú; y lo logró. En uno de los viajes que hizo Igartua a San Sebastián, alrededor de 1980, tuvo la oportunidad de conocer a este hermano.

Luego Paco, como lo llamaban sus amigos, hizo de los viajes a Euskadi una constante. Y sus visitas al caserío “Berotegi” del barrio Goribar de Oñate, fueron uno de sus grandes placeres. Por otra parte, en el Perú se reunía dos veces por semana, martes y jueves, con sus amistades en Euskal Etxea; donde hacían reuniones con políticos no vascos, de Perú y del extranjero. Esta tradición, según el mismo Igartua, le proporcionaba una nueva dimensión a la tarea de dicha casa vasca. Casado con Clementina Bryce Etxenike, hermana del escritor, y también de orígenes vascos, fue un activo participante de los dos primeros Congresos de Colectividades. Francisco Igartua, falleció el 24 de marzo de 2004 de un cáncer pulmonar a la edad de 81 años. En sus últimas semanas de vida permaneció internado en el Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas. El velorio se llevó a cabo en la iglesia Virgen de Fátima, en el distrito de Miraflores. Según dicen, quienes tuvieron la fortuna de conocerle, partió un verdadero prototipo del vasco-americano, comprometido con la actualidad del país, de su pueblo y de su historia; un intelectual entrañable e irremplazable y para muchos, un gran amigo.

Publicado en Euskonews (Eusko Ikaskuntza) en 2004